Cada vez se torna más dificultoso saber qué es ficción y qué realidad. Y lo más complicado -pero también lo más divertido- es que hasta la historia con sus adulteraciones nos lleva a pensar que todo, lo de antes y lo de ahora, es un gran guión, corrijo, varios guiones, que nos confunden o entretienen, según vayamos eligiendo.
Si bien ahora hablar de fake news es corriente y nadie se asombra, otorgarle esta categoría a textos sagrados e inclusive a documentos de la ciencia (también santificada) resultaba imperdonable. Y es como que siempre el «saber» estuvo blindado sólo para unos pocos, y el resto, espectadores (no digo pasivos porque puede llevar a otra confusión).
En los inicios de los tiempos, dice el Génesis de la Biblia, Dios indica a Adán y a Eva que no coman el fruto del árbol del bien y del mal. Ese fruto, que es una metáfora del «conocimiento» terminó adquiriendo forma de manzana, pero sólo por una traducción inadecuada. Ojo, estamos hablando de mil setecientos años atrás cuando Jerónimo de Estridón convierte el texto del hebreo al latín, y lo peor, esto tampoco está confirmado como a la ciencia le gusta.
Así, la manzana resulta para la cultura occidental una especie de fetiche. Hay quienes sostienen que se eligió a esta fruta por la similitud que tiene con la forma de los glúteos y la tentación que esto causa, por qué no, pero luego fue utilizada también por la ciencia.
Pero toda historia es incompleta y a la vez, según quien la relate, tendrá aristas distintas.
Una que deberíamos recordar todes es la del genio de la física Isaac Newton. Durante siglos se dijo que había teorizado sobre la ley de la gravedad, gracias a que mientras reflexionaba bajo la sombra de un árbol, precipitó una manzana sobre su cabeza y ahí dijo el famoso «eureka», palabra griega que ya había pronunciado Arquímides unos dos mil años antes, cuando descubrió el principio hidrostático y salió a celebrarlo excitado sin darse cuenta que estaba desnudo. Eureka, recordemos, es una expresión griega que podría traducirse como «lo encontré, por fin».
La cuestión es que siempre hay alguien un poco más curioso y desconfiado que desarchiva documentos y averigua. Lo de Newton, eso de que gracias a la manzana, al parecer, fue una humorada con algo de sarcasmo para contarle a uno de sus biógrafos, William Stukeley, sobre su «genialidad», pero hubo otro biógrafo del brillante físico inglés que contó otros aspectos de su vida. Michael White (y algunas anécdotas confirmadas por Richard Westfall) nos cuenta la relación que Sir Isaac Newton mantenía con su colega suizo Nicolás Fatio de Duillier.
En aquella Inglaterra del Siglo XVIII, de haberse divulgado esta relación sentimental tan estrecha, más que una manzana en la cabeza, podría haberle cabido una pena tremenda, y ahí sí que iba a ser grave.
Sin dudas alguien dirá, hoy ¿qué relevancia puede tener que Newton haya sido uno de los nuestros?, la respuesta está en la propia pregunta. Nos hicieron creer que morder una manzana era el gran pecado, luego, que una manzana había revelado mágicamente la ley de gravedad, pero del amor verdadero, pocos hablan.
Por eso desde el arte, siempre es mejor ver y sentir la historia, porque nadie se compromete al rigor de la verdad, y nadie debería ocultar su amor ni su elección. El placer debe residir en ser y poder ser, después que la cuenten como quieran.
Si elegís RadioGay, no te vayas lejos, que vamos a seguir tirando fruta y hablando más sobre las prohibidas manzanas.